domingo, 12 de febrero de 2023

 

Carta de amor a quien corresponda

 



Los dardos del amor tienen su nombre: 

aullido y locura

José Emilio Pacheco

 




El amor es el espacio entre nosotros, ese electrizado aire que sabe darnos el camino de regreso; el aroma en el ambiente que nos hace recordarnos todo el día; los pasos que acortan la espera y agigantan el deseo. O no. El amor es una palabra o un silencio, una forma de vida o un desvivir por siempre. Una voz al oído, esa tenue caricia que ni dios esperaba o ese golpe de suerte que une dos destinos. El amor es desatino… O no. El amor es una búsqueda, es un encuentro; generalmente es encontrar lo que no buscábamos. Un estira y afloja, es entrega y recibe; navega y percibe. El amor lo es todo, o no. Es sacudirse el yo para dejar entrar al tú; sentir que el mundo pasó de enormemente solo a infinitamente nuestro; saber que no hace falta conjugar un “nosotros” pues ya no existen otros y todo se habla en primera persona: la que llena nuestros ojos. El amor viste un futuro deslavado que desconoce el tiempo y guarda en sus bolsillos todo el pretérito evocativo. El amor es demasiado y muy poco. El amor no se mide. Es un espejismo en el viaje por la geografía cachonda; una parada de autobús.  Una voz al oído –ya lo dije, pero quería escuchar tu voz nuevamente- una carta, de esas que ya no se usan, perfumada (no recuerdo para qué); un mensaje a la musa (que ahora le llaman “crush”), declarándole amor platónico, que ahora se define como “encriptado”. El amor es un libro de viaje sin ruta, sin principio ni fin, sin escalas. El amor es un beso (por ahí debimos haber empezado) o más. El amor es ocultarse a la sombra de los eclipses injustos. O no. El amor es un plan, Netflix, pizza a domicilio y no hacer caso a ninguna de las tres cosas. El amor es un arte que se mece en la pirotecnia; el beso que se pierde en el septentrión de tu vientre. La estrella que se acerca más  cada noche. La primera cosa en la que piensas por la mañana. La razón para aprender a hacer jotkeis; el hacer cosas los dos para los dos. El amor es un perro infernal –dijo Bukowski- El amor es una cosa esplendorosa –se cantó al principio de Vaselina, con John Travolta y Olivia Newton-John- y se ha vivido en mil y una películas. El amor es un brebaje a la medida. Aprenderse el camino a uñas y dientes en busca del remanso. El amor es impropio e impostergable, confuso e inalienable. El amor es la infinita voluntad de sentirse de alguien más. No hemos hablado de sexo porque en el amor no hace falta hablar, ni de pertenencia porque el amor no pasa factura. El amor es sexo de postre o el sexo es el postre del amor. Es la tinta que escribe los mensajes que aceleran la sangre; el libro que nos contiene en sus páginas.

Si te sentiste aludido en cualquiera de estas frases encadenadas, entonces tienes motivos para festejar este 14 de febrero y para nunca dejar de creer en el amor. Pasen buena semana, y si nos vemos por ahí en algún motel: no me saluden.

Un abrazo a mi padre hasta el cielo. Nos leemos después.

 

Leer, una locura necesaria: Bibliomaniáticos Anónimos

 


“Cuando quedas atrapado en la destrucción,

debes abrir una puerta a la creación”.

Anais Nin

 

Todos nacemos defectuosos. Ni que fuéramos dioses. Y la vida consiste en repararnos cada día... O acabarnos de joder, hasta morir. Los defectos se nos pagan con virtudes; así, si por ejemplo soy un enclenque paliducho, adquiero la virtud de ser listo y de huesos fuertes. Si uno de los sentidos viene mermado de nacimiento, los demás sentidos se potencian para hacer más vivible este mundo.

El hombre es débil visual de nacimiento. Pero de sus carencias va construyendo mañas. Aprende a leer y por su escasa visión tiene que inclinar la espalda para estar más cerca de los libros. Y le dicen agachón cuando lo ven leyendo un libro. Al hombre no le importa eso, le importan las historias que hay dentro de los libros. El hombre quisiera meterse dentro de ellos y vivir las aventuras a nivel papiro. El hombre –que ni siquiera es hombre, es solo un código genérico para ejemplificar la magnitud de los resultados en el gusto por la lectura– aprende, imagina y crece. La lectura es la locura necesaria para evadir las otras locuras del mundo… las que sí dañan.

Gustave Flaubert tiene un cuento muy interesante sobre un adicto a los libros cuya pasión lo hace caer en muchas aventuras: Bibliómano. Pero ¿De veras hay (habemos, pues) gente capaz de hacer cualquier cosa por un libro?

En la introducción que Camilo Ayala Ochoa realiza al cuento que Flaubert escribiera allá por 1837, hay un largo conteo de eventos insólitos que han tenido que ver con los libros, como inicio, nos recuerda que Don Alonso Quijano se volvió loco por leer tantos y tantos libros de caballeros andantes.

 

Ayala asegura que “Se extravía el juicio cuando la escritura se confunde con la vida y la respiración. Ha habido quien utiliza su sangre para hacer anotaciones al margen” como el mismísimo Marqués de Sade. A propósito de sangre, el prologuista de Flaubert recuerda sobre la existencia de un Corán de 600 páginas caligrafiado con 27 litros de sangre de Saddam Hussein, a quien le extrajeron una poca cada semana por dos años.

La bibliomanía asegura, es un término acuñado en el siglo XVI pero definido con amplitud por Thomas Frognall en su ensayo “La Bibliomanía o Locura del Libro. Que contiene un relato de la historia, los síntomas y la cura de esta enfermedad mortal” de 1809, para quien los bibliómanos son quienes acumulan libros con ímpetu desproporcionado.

Hay más interesantes curiosidades que nos cuenta Ayala en su prólogo, por ejemplo, William Gerhardi escribió un cuento titulado «The Man Who Came Back», publicado en 1931, sobre alguien que regresa de la tumba para seguir leyendo. Existen quienes atesoran libros por el sólo hecho de tenerlos y se precian de ello. Thomas Phillipps (1792-1872) fue un anticuario británico que reunió 40 mil títulos y 60 mil manuscritos a costa de su ruina económica y familiar.

Una cosa es la pasión por tener un libro y otra muy distinta leerlo, me dirán; y tal vez complementen con la pregunta: ¿Qué nació primero, la pasión por leer o por atesorar en sí el libro (el huevo o la gallina)? Solo puedo responderles que por esta razón nunca desaparecerán los libros impresos.

En la actualidad vemos jóvenes jorobados, pero por tratar de meter la cabeza en su “Smart”phone para leer o interpretar todo cuanto encuentra en la red, aun y cuando la mayoría de lo que absorbe no le proporcione un aprendizaje, sino una mera emoción efímera y fácilmente olvidable.

Mi nombre es Pepe Rendón y soy bibliómano… mientras no inventen el I-phone con rascahuele (y ni así), nunca podrán igualar la suprema sensación de viajar por renglones y párrafos que huelen a tinta y papel-tiempo. Aprende uno a sumergirse en las historias que guardan las letras. De la bibliomanía y otros comportamientos referidos a la pasión por o contra los libros seguiremos hablando y/o debatiendo. La importancia de leer como aprendizaje y gusto no tiene discusión. No leeremos en futuras ocasiones.

Pueden descargar el libro Bibliómano de Gustave Flaubert en el grupo de facebok: Taller de Escritura Creativa Alberto Huerta para que disfruten del cuento y el prólogo completo, que es un estudio sobre las enfermedades alrededor de los libros.

 

 

 

 

El hombre es un animal de (malas) costumbres

 


"En las adversidades sale a la luz la virtud". Aristóteles.

 

Dedicado al regreso a clases en la UAZ.

 

Hoy rompí la rutina-no-rutina mañanera del Lonely Old Man detallada en “Los 7 habituales NO´s del nunca-acabar de escribir” (**). La UAZ reinicia clases y mijo (mi vástago, pues) se envolvió en el reto del quinto semestre de Ingeniería en Software, por lo que debo retomar el viacrucis que significa viajar por todo el bulevar hasta el Campus Siglo XXI.

Noté que hay mucha gente a la que le da por salir a la calle a las 7:15 am… y tienen tanta prisa, como si el día no durara 24 horas.

“Suerte-abrazo-buen-día-TQM-y-emoticones” reinauguró una rutina que ya extrañaba.

El vocho no sabe de usanzas urbanas, pero de algún modo entiende que trabaja con gasolina, básicamente. Me dejó en la calzada que antes se llamaba Héroes de Chapultepec, más antes Bulevar Norte, más después Vía Metropolitana, entre lo que antes se llamaba Ciudad Gobierno –luego Ciudad Administrativa (#AdminCity, para los nerds o inges en software), luego Ciudad Diferente; hoy “Ciudad-sin-esperanza”, creo. Con decir que el sexenio se llegó a llamar quinquenio y ahora se llama suplicio– y el Centro de Salud que nunca se ha dejado de llamar “Dr. José Castro Villagrana” aunque ha estado en la avenida González Ortega, después junto a la actual Presidencia Municipal y ahora cerca del Mercado de Abastos, que no sé cómo se llama.

El caso es que me quedé a más de un kilómetro de distancia de una gasolinera… e inauguré la nueva y saludable rutina de una caminata mañanera con bidón en mano.

A las 7:45 hay más gente que le da por salir a la calle, con más prisa, como si al día no le quedaran 16.25 horas (soy ingeniero, la cifra está bien). Camino-voy-vengo-le-pongo-de-la-verde-al-vocho e intento recordar quién fue el que dijo que el hombre es un animal de costumbres (rutinas, pues, fue Aristóteles). Regreso a empellones, notando que a las 8:05 AM hay más gente… iracunda, como si el día se les fugara entre los dedos.

Entre la marejada de regresantes llego a casa, a lo mío. Ya frente a la compu, café en mano, intento escribir un cuento sobre la costumbre de amar y las buenas rutinas, que pienso dedicarle a alguien especial a quien nunca se lo diré (es hábito), pero a mitad de la historia recuerdo la rutina 4-B de “Los 7 NO´s”: Revisar Mail-Facebook-Twitter, en ese orden. Para este momento ya terminé mi café y me doy cuenta que no será lo mismo zambullirme en las redes sociales. Reanalizo mis rutinas, trabajo extraordinario que requiere de un segundo cafecito.

Al día le quedan 14.5 horas al momento de teclear esto, suficiente para mandarle un mensaje a los que siempre andan con las prisas, porque nunca planean salir un minuto antes y así regresar más tranquilos y alegres. La tardanza, la prisa y la ira ya son rutinas, malas rutinas que deberían reanalizarse.

Le queda mucho al día, espero no olvidar que solamente le puse 30 pesos de hidrocarburo verde (que antes era rojo y ahora es como amarillezco) al vocho y volver a quedarme a media calle… que ya es costumbre.

Buen día, prepárense para el reinicio de la vida.

 

 

 

Este texto lo escribí en septiembre del 2017, pero guarda una gran nostalgia (por mijo y por el vocho) y las salidas tarde siguen siendo costumbre. Cosa de organizarse bien.

 

** Puedes leer “Los 7 habituales NO´s del nunca-acabar de escribir”, en mi blog: http://joseangelrendon.blogspot.com/ son buena guía para desorganizar el proceso creativo de un escritor.

 

“Lástima Margarito” y otros eufemismos de la derrota


 “Hay dos maneras de engañarse. La primera consiste en creer lo que no es verdad. La segunda consiste en negarse a creer lo que es verdad”.

Soren Kierkegaard.

 

Láááástima Maaaargarito, es un eufemismo (expresión decorosa para sustituir otra considerada de mal gusto, grosera o demasiado franca) que tiene casi 35 años de haberse puesto de moda, pero que la gente -algunos nacidos este milenio- aun la expresa sin saber su origen, a manera de evitar decir un directo “ya te jodiste”.

El origen de esta frase se da en un programa de televisión, allá por el lejano 1988, en el más lejano Imevisión, canal estatal que fue vendido por Salinas de Gortari y comprado a precio de ganga por Salinas Priego, que ahora se llama Trece; La farsa sucedía en el programa llamado La Caravana, en el sketch “La Pirinola”, que emulaba a los programas de concurso donde el participante podía llevarse millones de pesos, enfrentando pruebas muy duras; Johnny Latino, interpretado por Víctor Trujillo, buscaba la manera de negarle al concursante, Margarito Pérez, paupérrimo mexicano, encarnado por Ausencio Cruz, que siempre ponía toda su esperanza en ganar el mágico premio para que la fortuna lo rescatara de la pobreza extrema.

Margarito nunca conseguía llevarse el millonario premio. Las pruebas, más allá de lo humano posible, lo llevaban siempre a la derrota, momento en el que Johnny Latino truncaba sus esperanzas con el “Láááás-tiiiii-maaaaa Mar-ga-ri-to”, misma que se grabó en la sociedad como símil de las derrotas cotidianas del pueblo de México. 

No es el único ejemplo televisivo de frases que han ido acuñando los eufemismos a la derrota y el error mexicanos, y por ende generado una sociedad conformista con los magros resultados. Roberto Gómez Bolaños, quien reforzara la famosísima sentencia de su patrón Emilio Azcárraga Milmo: “La televisión es para los jodidos”, elaboró un par de series televisivas donde el común denominador era el nunca lograr un objetivo. Hay mucha admiración hacia los programas de El Chavo y El Chapulín Colorado, pero lo cierto es que en un moderno análisis educativo, los guiones escritos por Chespirito, algunos de ellos copiando a antiguos autores de renombre, debieron haberse prohibido por fomentar la violencia contra la mujer y los niños y muchos otros malos ejemplos de cómo NO llevar una vida. El conformismo y la derrota iban marcados en frases célebres como “Se aprovechan de mi nobleza” “Es que no me tienen paciencia” “que no panda el cúnico” “chanfle” y otros tantos “eufemismos” mal dirigidos hacia una población que semana a semana veían estas comedias “para jodidos”.

¿Y qué decir de las telenovelas? Los melodramas de cada día siguen inyectando una vida de ficción con la misma vieja historia de siempre. El sueño mexicano no se trata de obtener el triunfo con esfuerzo, la cosa –siempre- es esperar el milagrito que nos traiga por voluntad divina lo que no somos capaces de hacer.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la literatura?

El guionismo de todos estos programas debería ser revisado, que las televisoras contrataran a escritores que sepan dar un mensaje positivo en cada producción, y no hacer copias de copias de refritos que repiten la misma fórmula de hace 120 años.

Me refiero a Santa, novela de Federico Gamboa.

Santa viene a ser el primer melodrama del siglo XX (1903) con una historia triste y conmovedora, que básicamente el autor tomó de la realidad vivida en Chimalistac de finales del porfiriato. La novela fue un Best Seller que llegó a vender unos 70 mil ejemplares.

Con estilo naturalista que contradecía la llegada del modernismo literario, Santa, una hermosa mujer, es engañada por un militar que cuando obtiene lo que quiere se va del pueblo y la deja con la vergüenza a cuestas. Al abortar es rechazada por su familia y cae en un prostíbulo donde debe llevar una vida muy lejana a lo que soñaba.

Federico Gamboa retrata en su novela la realidad de la ciudad pecaminosa y oscura. Santa provoca compasión, aunque sus decisiones la van llevando a un pozo cada vez más profundo. El dolor y la miseria humana son retratados por Gamboa, así como las falsas esperanzas de quien desea estar junto a la bella mujer, como es el caso de Hipólito, pianista invidente que se enamora de Santa desde el primer día que llega al burdel.

La mujer muere de cáncer y deja solo al pobre de Hipólito, quien cuidó de ella en sus últimos días. Así cierra la tragedia que ha sido retomada en por lo menos 4 películas y un sinnúmero de culebrones televisivos que copian la historia de la mala fortuna de esta mujer. Historias de fracaso que calan hondo en el alma de los mexicanos.

¿Es la literatura responsable del afán derrotista de los mexicanos? NO.

A fines del año pasado unos jóvenes estudiantes de Filosofía me preguntaron si la literatura era factor del cambio, les respondí: “La literatura no cambia nada… quienes cambian son los lectores, que al terminar un libro ya no son las mismas personas que cuando iniciaron a leerlo”.

Es el mensaje.

Tal vez los autores (o más bien los productores, que solo piensan en pesos) deberían poner más cuidado en el mensaje que envían, ya que siempre causará una impresión en el receptor de la idea plasmada en las novelas, guiones de cine o televisión. No basta pensar siempre en la metafórica torta de jamón que algún día degustará El Chavo o que tal vez, solo tal vez Margarito algún día gane los muchos millones… hay que ir más adelante. Es todo.

 

 

lunes, 16 de enero de 2023

 

Los 7 habituales NO´s del nunca-acabar de escribir


La sinuosidad del camino creativo.

 

1. No soy escritor. Comienzo siempre negándolo todo, esperándolo todo. Escribir es ver pasar la gente por las tardes en el centro de la ciudad. En cierto instante preciso ves una persona que sabe algo, oculta algo o va a hacer algo… y eso detona mi síndrome de imaginación incontrolable (viajar en camión urbano también sirve, pero sólo para reforzar al personaje). Soy un mirón que saca de su mente todos los demás traumas para guardar esa exclusividad fisgona. Un voyerista que escribe.

2. No decido. Lo apunto, lo grito, lo texteo todo. En papeles sueltos, servilletas, grabadora de audio, celular, PC. Todo surge de una sola frase que representa la idea a desarrollar y contiene entre líneas principio-desarrollo-final y ya hasta trae etiquetado si va a ser cuento, novela, poesía o basura. La historia manda.

3. No lo escribo. Lo guardo. Lo transcribo junto a otros pares que deben hacer fila detrás de todos los textos que algún día escribiré. Luego me pongo a leer o ver película (generalmente lo segundo).

4. No tengo orden. Despierto con algo en mente (casi siempre una canción), pero no hago nada hasta que mi café está listo. Enciendo la modernísima PC Pentium IV. Reviso mail, FB, twitter, en ese orden. Pienso en establecer rutinas que no seguiré, menús que no comeré, paseos que no daré, cosas que no compraré; en todo, menos en escribir. Escribo. Abro un espacio para mis desorganizadas obligaciones.

5. No tengo rutina. Podríamos llamarlo “El momentum de: Ahora sí”. A veces llega muy de mañana o pasada la media noche. Generalmente cuando menos lo espero. Entonces dejo de hacerme pendejo (Alberto Huerta dixit) y escribo, escribo, escribo. Como. Cuando el proceso es largo me da hambre y más hambre.

6. No corrijo. Dejo espacios donde sé que falta algo, pero no es el momento. Podo, pero no elimino. Cambio, pero no altero. Agrego, pero no concluyo.

7. No me la acabo. Cuando el texto me dice que está terminado llega el orgasmo intelectual. Leo. Releo. Reposo. Releo. Reposo más. Releo más  Nunca dejo de hacer cambios en cada lectura. Corrijo hasta textos ya publicados.

 

El plagio en la antesala del pocamadrismo

 



Publicado en Ecodiario Zacatecas el 15 de enero del 2023

“Si robas las palabras, te quedas con el dolor”.


Bryan Klugman, Lee Sternthal

El ladrón de palabras (Película, 2012)

 



El muy tronado caso de plagio de tesis de Yasmín Esquivel, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que pretendía ser presidenta de tal corte, pero se descubrió que su tesis de titulación como licenciada tenía “copypasteo” –que (casi) al final ha sido catalogado por la UNAM como “copia sustancial de la original presentada en 1986” nos pone a pensar muy en serio en la génesis de la corrupción, cuando todo empieza con un “Nadie se va a dar cuenta”. Y pum.

Es claro que tanto la “copiadora sustancial”, como su asesora de tesis, sabían que se incluía un texto de diferente autoría al trabajo de tesis que, como característica principal, debe ser una teoría de trabajo que justifica los conocimientos adquiridos (o no) en la máxima casa de estudios del país. Pero “nadie se iba a dar cuenta”. Ahora, el final de esta historia debate entre castigar a las responsables o no, pero el caso es que ya están bien “quemadas” con el descubrimiento que en su momento tuviera el periodista y maestro de la UNAM, Guillermo Sheridan.

Pero, en el sentido literario ¿Qué es un plagio?

El narratólogo estructuralista Gérard Genette, en su obra Palimpsestos, define el plagio como “una referencia literal pero no explícita: las palabras de la obra anterior aparecen en la presente, pero no se menciona cuál es tal obra anterior”. Es un delito que puede ser castigado, si el autor original o algún ojeador de libros muy “leido y escribido”, “se da cuenta” de la falta de inspiración del nuevo autor y malaleche al copiar algún texto.

Contrario al plagio, y como referente al origen de la idea en cuestión, existe la ”Cita”, que Genette describe como “un procedimiento explícito y literal de referencia: el texto anterior está presente con sus palabras originales y se indica su procedencia”. Estos recursos, junto con la “Alusión”, son términos que se aplican en la Intertextualidad de la literatura, que para conocerla necesitamos un poco de historia.

Según Wikipedia, la intertextualidad es la relación que un texto (oral o escrito) mantiene con otros textos, ya sean contemporáneos o anteriores.

Dentro de las corrientes literarias que utilizan la intertextualidad, tenemos que ir hasta el siglo XIX, concretamente a Edgar Alan Poe y el origen del cuento como relato estructurado. Poe nos marca una forma novedosa de contar las cosas, que Lauro Zavala clasifica como “cuento clásico”.

Es Anton Chejov quien en su momento, en la última parte del siglo XIX rompe con el estilo original de contar, dando lugar al ”cuento moderno” (Lauro Zavala dix it también), donde una historia se podía contar “sin trama y sin final” (título de un libro de Chejov).

La llegada del siglo XX da a la literatura licencias para contar cosas “clásicas” dentro del nuevo entorno del “modernismo” que no es aceptada por muchos autores. Jorge Luis Borges, continuador del cuento moderno Chejoviano, nunca perdonó a su paisano Vicente Huidobro el grado de modernismo que imprimía a sus historias. “Escribe las mismas historias que Chejov” decía “y ni siquiera son tan buenas” (esto lo parafrasee yo).

Es en los años sesenta del siglo pasado cuando inicia el “cuento posmoderno”, el cual hace uso de la intertextualidad, agregando ironía y nuevos aires a historias conocidas, pero contadas en un nuevo orden. Mijaíl Bajtín y Julia Kristeva nos acotan al respecto: “todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”, dice Kristeva, mencionando el trabajo de Bajtín, en 1969.

“Me suena parecido a…” es la impresión que nos dan algunas lecturas que arrastran el código genético de autores pasados, por influencia, homenaje… o plagio.

Sin embargo, al hablar de cuento nos referimos netamente a ficción, cosas que no son reales, pero en el ensayo y la tesis, la verdad debe florecer como resultado de una diligente investigación, encontrando pensamientos que nos arrojan luz al tema que tratamos, pero que en todo momento debemos citar adecuadamente; primero, para que se den cuenta que sí leemos (nos da un aire de que tal vez no sabemos mucho, pero tenemos una idea de dónde está la información); segundo, para que no se den cuenta los “leidos y escribidos” que no sabemos nada y lo nuestro es copypastear pendejada y media.

En nuestro idioma existen unas 150 mil palabras para expresarnos. Al momento actual hay más obra literaria que palabras, por lo que podría ser casualidad que algún escrito nuestro suene a clásico o lugar común… pero ¿una tesis completa, Yazmín?

Hay mucho más qué hablar sobre el tema. Los invito a opinar al respecto y/o acompañarme a partir del próximo miércoles 25 de enero en el Taller de Escritura Creativa “Alberto Huerta”, a las 17:00 horas, en la Sala Hermanos De Santiago, al interior de la Ciudadela del Arte Zacatecas, donde daremos inicio a un nuevo año de actividades sobre el placer (y tortura) de escribir.

 

Los buenos propósitos del (todavía) nuevo año

 



Publicado en Ecodiario Zacatecas el 8 de enero del 2023


Ir al gimnasio ejercita los músculos, conseguir pareja el corazón, pero la lectura ejercita el cerebro, que es el que manda. /JR

 

Propósito 1: Lean Seda, de Alessandro Baricco.

 


Siempre. O bueno, siempre, al cierre de un ciclo anual y la espera de un nuevo año que nos presenta infinitas posibilidades, nos hacemos firmes propósitos de ser otras personas y dejar lo malo que hicimos los doce meses anteriores. Pero SIEMPRE nos quedamos a medias –en el mejor de los casos– y ya entrado febrero hacemos una recapitulación de nuestros propósitos o escondemos esa listilla culposa y la olvidamos hasta diciembre, donde la paz y la alegría nos darán nuevos bríos para nuevos planes (incumplibles). Así la vida.

Entre los propósitos más solicitados por zacatecanos y todo MX, está viajar, bajar de peso, ahorrar dinero, buscar un nuevo amor, terminar de estudiar (o la tesis), obtener un nuevo empleo (o un aumento de sueldo), dejar de fumar y/o pistear; y en más o menos último lugar: Leer “N” libros durante el año.

Hay otros que más bien son buenos deseos al comernos las uvas a cada campanada del año que muere: Seguridad, fuera la corrupción, tiranías, etc. que no dependen plenamente de nosotros y son tema aparte. Pero es bien cierto que los propósitos del párrafo anterior, solamente un 3 % de la población llega a cumplirlos.

Pero vamos al propósito de leer, que es la actividad que nos ayuda a conocer más y acercarnos a programar nuestra vida y cumplir los otros propósitos de altas miras ya mencionados. Hay buenos lectores que se proponen leer 52 libros al año ¡Uno cada semana! Lo cual es muy aventurado en un país donde el promedio de lectura apenas rebasa los dos libros en doce meses. Analógicamente a otros propósitos, cabe decir que en México, sólo el 3% de la población acude a un gimnasio, por mucho que se lo haya propuesto. Sólo el 15% de los mexicanos ahorra; el consumo diario es de dos cigarros, según la Organización Panamericana de la Salud, y no baja; y así con los demás propósitos.

El problema toral, es que planteamos cambios radicales y programas de choque a nuestras costumbres, cuando deberíamos planear actividades que nos adentren en cumplir nuestros objetivos paulatinamente.

¿Leer 52 libros en 2023? ¿Por qué no mejor 12? Planeando nuestro tiempo del día a día hay oportunidad de leer unas 50 páginas y así ir completando un libro por mes. Igual para hacer ejercicio, antes de pagar inscripción y tres mensualidades –de una vez– iniciar las mañanas con ejercicios en casa, para que nuestros músculos recuerden qué era eso de la actividad muscular.

Volviendo a la lectura: El consejo es empezar leyendo libros de unas 100 páginas o libros de cuentos, que se pueden leer un relato por día, tipo Sherezada. Sobre los temas, Italo Calvino nos recomienda en su libro Por qué leer a los clásicos, alternar lecturas de formación (aquellas que nos brinden aprendizajes), lecturas fundamentales (clásicos o Best Sellers), Lecturas para entender el tiempo que vivimos (Ensayos, novelas históricas, poesía actual etc.) y lecturas para entender la literatura.

De mis recomendaciones para cumplir el propósito de ser un mejor lector este 2023 (que las iré haciendo en siguientes entregas), siempre, SIEMPRE recomiendo que lean Seda, de Alessandro Baricco, una historia de amor y distancia, que no rebasa las 80 páginas y nos deja una pasión por la lectura que nos dura más de un año.

Trata de esto: Hervé Joncourt, un comerciante de gusanos de seda, viaja cada año a Japón para conseguir huevos de calidad, donde acaba enamorado de los impresionantes ojos de la amante de Hara Kei, el señor de las tierras que producen los mejores huevos de gusano del mundo. En Francia del siglo XIX, en pleno apogeo Flaubertiano, lo esperan su jefe, toda una población que vive de los huevos que él transporta… y su mujer, que se percata de lo que pasa al mirar los ojos de Hervé. Descrita como “sorprendente e irracional”, es una historia que al terminarla de leer tu vida ha cambiado.

¿Mis propósitos para este año? Publicar dos libros míos que ya están listos; Continuar con el Taller de Escritura Creativa “Alberto Huerta”; Que leamos juntos algo: Una lectura colectiva*; Y ser feliz. Fácil.

 

* En noviembre 2022 tuvimos en el Centro Cultural Ciudadela del Arte Zacatecas la lectura colectiva del libro Frankenstein o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley, que tuvo una participación de más de 10 lectores y fue una experiencia muy grata para todos, la cual replicaremos este año un par de veces. Están todos invitados…